El macabro crimen de Berzocana

La noche del 26 de diciembre de 1879 el pueblo de Berzocana se vio sacudido por un macabro crimen que sesgó la vida de siete personas.

Por aquellos entonces vivía en el pueblo un rico labrador llamado Fulgencio Díez junto a su esposa Dolores Flores y sus cinco hijos, cuatro mujeres y un varón: Trinidad, Providencia, Consolación, Ana y el joven de nueve años José.

En la casa de la familia trabajaban cinco personas entre criados y criadas. Los criados eran Antonio Sánchez Monterroso, Sinforiano Cerezo Serradilla y el mayoral Francisco Domínguez Cano que llevaba 20 años al servicio de Fulgencio y que tenía dos hijos Primo Antolín Domínguez Serrano y José Gilberto de nueve años. Las dos criadas eran Petra y Petra Masa, la primera de ellas interna.

A finales del mes de diciembre de aquel 1879, habiendo comenzado ya las matanzas de los cerdos, Fulgencio llamó a sus criados para llevar alguno de estos animales a Logrosán. Acabada la faena Fulgencio les invitó a comer diciéndoles que les quería subir el sueldo, a Francisco dos reales al día por tener bastante familia y a los otros dos un real diario. Durante el trayecto de vuelta de Logrosán a Berzocana los criados ya pensaron en matar al amo y hacerse con el dinero de la venta, pero al acompañarle su hijo José decidieron posponer sus planes.

Pero no los aplazaron por mucho tiempo y Francisco junto a sus hijos y los dos criados planearon el asesinato de la familia aquella misma noche del 26 de diciembre. Previamente por la tarde el pequeño José Gilberto había recibido órdenes de su padre Francisco de engrasar con aceite la cerradura de la puerta principal de la casa para evitar que chirriara. Eran en torno a las once de la noche cuando José Gilberto les abrió la puerta a Francisco, Monterroso, Cerezo y Primo Antolín. Todos, excepto el joven José Gilberto se dirigieron al dormitorio del matrimonio portando varias hachas y allí:

Francisco y Monterroso mataron a Fulgencio y a su esposa Dolores Flores, de allí se fueron a por la hija mayor Trinidad, Monterroso acabó con la vida de Providencia sin que se diera cuenta Ana y Francisco asesinó de varios hachazos a Petra, la criada y a José, el hijo. Cuentan las crónicas de la época que el joven de 9 años, se desveló y vio llegar a su asesino. Lo conocía: “¿Vamos a almorzar, tío Domínguez?”, le dijo cariñoso y confiado, como si fuera de la familia. Al niño no le dio tiempo de decir nada más y Francisco descargó su pesada hacha sobre él matándolo en el acto. Pero con las prisas los asesinos no se dieron cuenta que la criada se quedó en la mano con un trozo de la camisa de Francisco.

Los criminales huyeron del lugar y se lavaron la sangre en un molino del aceite cercano, allí hicieron recuento del botín obtenido, por un lado habían conseguido sustraer de la alcoba de los amos seis mil reales de la venta realizada aquella misma mañana y por otro lado ciento cincuenta reales encontrados en la habitación de Providencia. A las pocas horas, como cualquier otro día y para no levantar sospechas, Francisco acudió junto a su hijo José Gilberto a trabajar a la casa, lo hicieron con tranquilidad a pesar de ser conscientes del terrible crimen que habían perpetrado la noche anterior. Al poco tiempo llegó la otra criada, Petra Masa, Francisco le comentó que iban a preparar las caballerías y él junto su hijo José se dirigieron hacia las cuadras, fue en ese momento cuando la criada salió de la casa descompuesta al contemplar la tragedia, llamó a la Guardia Civil y al párroco del pueblo.

La triste noticia se extendió como un reguero de pólvora y el pueblo de Berzocana se despertó aquella mañana desconcertado, a los vecinos no les cabía en la cabeza que alguien pudiera haber cometido un crimen tan atroz. La guardia civil comenzó las investigaciones y empezaron a llamar a varias personas para los interrogatorios, primero fue interrogado el novio de Trinidad, Manuel Rodríguez, de ahí salió el nombre de Francisco al que llamaron y se presentó, pero no pudieron sacar nada de él. Su hijo Primo Antolín acosado en el interrogatorio dijo que los asesinos fueron Monterroso y Cerezo, que su padre no tuvo nada que ver. Esta información junto al trozo de camisa de Francisco que encontraron en la mano de la criada asesinada y las mutuas incriminaciones entre ellos hace que se terminasen derrumbando y confesando el asesinato.

Al día siguiente fueron conducidos a la cárcel de Cáceres acusados del crimen de siete personas. Allí fueron juzgados y se hizo pública la sentencia: Antonio Sánchez Monterroso, Sinforiano Cerezo Serradilla, Primo Antolín Domínguez Serrano y Francisco Domínguez Cano fueron condenados a morir en la horca, el joven José Gilberto de nueve años, que les abrió la puerta, fue condenado a prisión en un centro de menores. Los reos que no querían volver a Berzocana pidieron morir en Logrosán, pero la sentencia ya estaba dictada: serían ahorcados en la plaza de Berzocana.

Ante la ejecución las familias de los presos fueron evacuadas del pueblo y conducidas a algunos municipios limítrofes como Logrosán, Zorita y Guadalupe

La caravana de reos salió de Cáceres con destino a Berzocana una media noche, cada reo fue conducido en un carro independiente hasta llegar a Trujillo al amanecer, allí fueron llevados a la cárcel donde desayunaron y descansaron. De Trujillo a Logrosán fueron escoltados por unos lanceros procedentes de Badajoz, una vez llegados a Logrosán se les instaló en la Alcaldía dándoles la cena y pasando la noche. De Logrosán salieron temprano, cada reo iba montado en un burro y escoltado por seis guardias civiles, los asnos iban separados entre si por unos diez metros, los lanceros iban abriendo camino.

A Berzocana llegaron en torno a las seis de la tarde, allí en la plaza del pueblo les esperaba un tétrico entramado de tablas y vigas que conformaban la estructura que les daría muerte. El pueblo sobrecogido, guardaba silencio en la plaza, la caravana de reos dio una vuelta a la explanada y los reos quedaron custodiados en la Casa de la Inquisición, la sentencia está a punto de ejecutarse. Uno a uno, todos los asesinos fueron ahorcados ante la mirada sobrecogida de los vecinos, lo hicieron en el siguiente orden: primero Antonio Sánchez Monterroso, después Sinforiano Cerezo Serradilla, posteriormente Primo Antolín Domínguez Serrano y finalmente Francisco Domínguez Cano. Terminada la ejecución los cuerpos sin vida quedaron en el suelo durante unas seis horas aproximadamente hasta que fueron llevados al cementerio donde se les dijo una misa y fueron enterrados.

Fue tan brutal este crimen que, desde entonces, a la localidad cacereña, ubicada en la Sierra de Guadalupe, se la conoce como el Pueblo del Hacha.

Temática Sucesos Crímenes
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