La venganza de un morisco

A comienzos del siglo XVII, concretamente en 1.609 el rey Felipe III, a propuesta de su valido el Duque de Lerma, firmó el decreto de expulsión de los moriscos de España, aquellos que se habían convertido forzosamente al cristianismo con los Reyes Católicos. Cuentan que fueron expulsados por el temor a que ofrecieran respaldo militar a una posible invasión otomana.

El caso es que no todos se fueron, algunos ocultando su sangre fingieron la oración para quedarse y así tra­mar más tarde alguna cruel traición. Y ese es precisamente el caso que nos ocupa, en Herrera del Duque a comienzos de dicho siglo XVII existió un rico mercader de porte elegante, ademanes refinados y buena verborrea, era don Felipe Balsera. Éste señor tenía un mozo que lo servía fielmente,"Ben" y que aprovechaba cualquier ocasión para hacer gala de las enormes riquezas que poseía su amo. don Felipe viajaba semanalmente a Talavera de la Reina donde se comentaba que tenía grandes tiendas de seda y su criado Ben se quedaba esperándolo curiosamente no en Herrera si no en Quintana de la Serena. El caballero solía llegar al pueblo ataviado de buenos ropajes y montado en un hermoso corcel árabe blanco, de rizosas crines, fino cuello y larga cola.

En aquellos años en Quintana de la Serena vivía la familia Enao, una de las estirpes de más alta alcurnia de la zona, sus varones probaban valor en las Órdenes de Alcántara y Calatrava y sus mujeres servían de damas en la corte.

Don Felipe Balsera que conocía a esta familia, y atraído por la belleza de su única mujer, se pren­dó de la hija, doña Nieves Enao. La familia desde el comienzo vio con buenos ojos aquella relación, pues el enamorado además de tener un elegante porte colmaba de regalos a su prometi­da demostrando así las riquezas que poseía.

Estando ya don Felipe viéndose con doña Nieves, las ausencias del amado comenzaron a ser cada vez más frecuentes, parece ser que tenía que controlar sus negocios en Talavera. Cierto día emprendió camino a Córdoba, en esta ocasión doña Nieves salió a despedirle y con lágrimas en los ojos vio cómo su amado se alejaba en compañía en esta ocasión de su criado. Pasó el tiempo, y lo que al principio fue sólo una obsesión de doña Nieves, pronto se convirtió en una cruel pesadilla: don Fe­lipe Balsera no volvía.

Todo se complicó cuando Nieves descubrió que se encontraba embarazada, la familia Enao preocupada por la ausencia de don Fe­lipe realizó sus averiguaciones y dio con unos hechos que jamás se hubieran imaginado, don Fe­lipe no tenía tiendas de seda en Talavera y lo que era peor, era el hijo de un morisco, un converso fingido. La familia se sentía humillada por un morisco, y es que los Enao siempre sintieron un gran odio hacia ellos, tal era éste que, cuentan que hacía más de veinte años, don Francisco Enao, padre de doña Nieves, humilló públicamente en el pueblo a un grupo de moriscos, ante los ojos horrorizados de un niño.

El tiempo pasaba y doña Nieves no podía por más tiempo ocultar su deshonra, mien­tras la mayor parte de los miembros familiares se diluían en lamentaciones estériles, el más joven de los hermanos de doña Nieves, don Ramiro había partido en la búsqueda del ultrajador de la honra de su hermana. El menor de la familia era un joven valiente y hábil en el manejo de las armas, llevaba en su sangre la he­rencia de las órdenes militares: el odio a la morisca.

Pasado un tiempo, don Ramiro llegó a Sevilla, en aquellos días se celebraban las fiestas que conmemoraban la toma de la ciudad por Fernando III. Y quiso el destino que nada más llegar el joven Enao se encontrase frente a frente a don Felipe Balsera junto al alcázar sevillano. Sobradamente sabían ambos lo que iba a ocurrir, no dijeron ni una palabra, de repente sonaron los aceros tan rápidos y vengativos que cuando los caballeros reales del alcázar quisieron acercarse para ver lo que ocurría sólo pudieron contemplar la espada de don Ramiro hundida hasta la empuñadura en el pecho de don Felipe.

No fue necesario que detuviesen a don Ramiro, el mismo entró en el alcázar y explicó al propio Rey las razones de su venganza. El monarca, generoso como siempre con sus leales ca­balleros, perdonó a don Ramiro Enao y premió a la familia con las riquezas intervenidas al morisco.

Cuando don Ramiro volvió a Quintana de la Serena fue para recoger a su hermana y trasladarse junto a ella a Cáce­res, la capital donde era más fácil disimular su deshonra. Allí, en la Calle de los Condes, junto a la Plaza de San Mateo, en una amplia casona  vino al mundo un inocente niño que más tarde, dio sentido a la vida de doña Nieves.

En Quintana aún siguen en pie unas tristes paredes con las cruces de Alcántara que recuer­dan la historia de la ilustre familia de los "Enao", Caballeros de Alcántara y Calatrava, Grandes de España.

Pero ¿Por qué perpetró don Felipe esta humillación contra la familia Enao?

Pues según se supo posteriormente por su criado fue una venganza tramada durante muchos años. Al parecer 30 años atrás cuando Felipe era solo un niño iba junto a su familia camino de Medellín a Córdoba en una caravana de moriscos y al pasar por Quintana de la Serena, su padre fue insultado, ultrajado y humillado por un hombre, éste era Francisco Enao, padre de doña Nieves. Aquella humillación quedó marcada en la mente de don Felipe, jurando que se vengaría y así lo hizo años después mancillando la honra de toda una familia.

Fuente: Leyendas Extremeñas / Jose Sendin Blazquez
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