Cierto año del siglo XVII, cuando Plasencia era un crisol de culturas, en los días previos a la feria de junio una buena cantidad de gitanos habían llegado a la ciudad con sus caravanas de mulos y burros. Se encontraban establecidos en las afueras, en el Cachón, en el Olivar, en San Lázaro, en la carretera del Puerto...
Durante los días previos al comienzo de la feria los gitanos varones acicalaban sus caballerías para que estuviesen dispuestas cuando comenzasen los días álgidos de la feria. Por su parte a las mujeres gitanas les correspondía la labor de buscar el sustento familiar pidiendo limosna y es que un caballero gitano nunca extendería su mano para pedir. Las mujeres se presentaban a mendigar vestidas con sus largas faldas, sus blusas y delantales, todos sus hijos van con ellas, a unos los llevaban cargados en las espaldas y a otros de la mano, los niños gritan pidiendo pan para intentar así hacer aflorar el lado más compasivo de los payos y conseguir algún donativo.
El caso es que por un hecho que desconocemos, la justicia aprendió a varias gitanas, estando el corregidor de la ciudad, Francisco Antonio de Salcedo, presente. Hubo un forcejeo con el que las gitanas quisieron zafarse de los alguaciles, momento en el que una de ellas, Ángela Alvarado, logró escapar corriendo mientras pregonaba por las calles su inocencia. Inmediatamente salió la justicia tras ella, a duras penas pudo llegar a la Catedral, sabía que al entrar en el templo quedaría acogida al sagrado “derecho de asilo”. Pero el corregidor no estaba dispuesto a verse humillado públicamente por una gitana y entró en la catedral junto a los alguaciles y apresó a la fugitiva en la capilla mayor de la Catedral Vieja.
Daban las doce del mediodía cuando sacaban violentamente por los pelos a la gitana del templo, y en ese preciso instante salen de sus rezos en la catedral una buena parte de canónigos y sacerdotes de la ciudad, la gitana al verlos gritó aún más fuerte invocando su derecho de asilo. Los clérigos y seglares al ver el alboroto que se estaba produciendo se acercaron y preguntaron al corregidor por lo que estaba sucediendo, pero este lejos de contestarlos y ebrio de rabia e ira, volvió a agarrar violentamente a la gitana y la sacó a la calle. La muchedumbre comenzó a aglutinarse en la puerta de la catedral, rodeando a las gitanas, alguaciles y corregidor y reivindicando el derecho de asilo de la gitana, el corregidor era el centro de toda la ira de la muchedumbre y es que estos sucesos estuvieron a punto de desembocar en un motín. Pero éste, lejos de amilanarse, ordenó montar a las dos gitanas en sendos pollinos y a la vista de todos y con las espaldas desnudas, fueron apaleadas mientras eran conducidas a la cárcel de la ciudad.
Los religiosos no aceptando tales hechos tomaron cartas en el asunto y fue informado de inmediato el Obispado, su Provisor condenó al Corregidor a la pena de excomunión mayor. Para ser absuelto el excomulgado debía entre otras cosas arrepentirse, pero el corregidor lejos de retractarse y muy enfadado apeló a la Nunciatura de Madrid, pero ésta vino a sentenciar lo promulgado por el Obispado de Plasencia. El Corregidor perdió una causa que duró más de cinco años, la pena a la que fue condenado fue suavizada con la limosna de amigos, y este dinero fue destinado para comprar el reloj de la Catedral.
Pocos placentinos saben que el reloj que hubo en su Catedral fue el regalo de una gitana o lo que es lo mismo: el precio de un juicio y una condena que una sencilla gitana valiente y desafiante, ganó al Corregidor mayor de la ciudad.
Sobre la catedral de Plasencia Pascual Madoz dijo de en 1849: “Plasencia su santa iglesia catedral, que es el edificio mas notable en todos conceptos que hay en la ciudad… hay además 3 órganos y un hermoso reloj”
Este reloj de sol que estuvo situado sobre una de sus fachadas se encuentra actualmente en paradero desconocido y poca información existe sobre él, se le conoció con el nombre de Menorga en contraposición con el reloj de El Abuelo Mayorga, situado sobre el ayuntamiento. Lo cierto es que Menorga y Mayorga durante muchos años marcaron las horas que guiaron la vida de los placentinos.
0 Comentarios