El águila blanca de Don Álvaro de Luna

Don Álvaro de Luna fue un noble castellano de la Casa de Luna que llegó a ser Condestable de Castilla, Maestre de la Orden de Santiago y valido del rey Juan II de Castilla (padre de Isabel la Católica).

Nació en Cañete (Cuenca) en 1390, su madre fue María Fernández Jaraba conocida como “La Cañeta” o “Juana de Aranzadi”, teóricamente su padre fue el noble aragonés Álvaro Martínez de Luna, pero existen serias dudas acerca de la paternidad del noble aragonés. Por lo tanto, hijo de lo que parecía ser una relación extramatrimonial, su niñez se antojaba complicada, pues ser bastardo en aquellos tiempos era sinónimo de muchas desavenencias. Pero quiso el destino allanarle el camino y hacer que su padre muriera cuando él tan solo contaba con siete años.

Durante su infancia fue cuidado por su tío Juan Martínez de Luna y por su tío abuelo el antipapa Benedicto XIII de Aviñón, también conocido como el Papa Luna. Accedió a la corte de Juan II introducido por su tío Pedro de Luna, arzobispo de Toledo, entre 1408 y 1410. Álvaro además de ser un excelente caballero, demostró ser un habilidoso lancero, buen poeta y elegante prosista. Pronto comenzó a hacer gala de sus habilidades sociales y pudo ganarse una buena reputación en la corte, a partir de ahí comenzó a maniobrar para hacerse hueco en la corte del joven rey Juan II, no obstante, llegó a ser la mano derecha del monarca castellano. El historiador Gregorio Marañón siempre sospechó que entre ambos pudiera haber habido una relación carnal. El caso es que la gran influencia que tuvo D. Álvaro sobre el rey supuso el nombramiento en 1422 de éste como Condestable de Castilla a pesar de la oposición de buena parte de la nobleza castellana. Esto provocó los celos y envidias de sus primos los ambiciosos infantes de Aragón, Juan II de Aragón, Enrique y Pedro de Trastámara, hermanos de Alfonso V de Aragón. Todo esto derivó en un enfrentamiento interesado entre la Corona y los infantes de Aragón aliados con algunos nobles castellanos.

En 1429, estando la fortaleza de Alburquerque en mano de los infantes de Aragón, cuentan que D. Álvaro se presentó ante los muros del castillo acompañado del Conde de Benavente. Mandó un emisario notificando a los infantes de que estaban preparados para el combate, pero los infantes respondieron que tan solo lucharían contra él y el Conde Benavente cuerpo a cuerpo pensando que no aceptarían. Sin embargo D. Álvaro acepto el reto solicitando la hora y lugar del combate, pero los infantes comenzaron a poner pretextos. D. Alvaro insistió ofreciéndose a luchar en la misma plaza de armas del castillo, los vencedores ocuparían la fortaleza y los cadáveres de los vencidos serian arrojados desde los adarves, pero los infantes se negaron. Cuenta el historiador y cronista Jerónimo Zurita y Castro en “Anales de Aragón” que el infante D. Pedro acostumbraba a tirar a los buitres desde las buitreras del castillo. Conocido este hecho por los soldados de D. Alvaro de Luna propusieron al noble castellano esconderse de noche en las buitreras para matar con sus ballestas al noble Aragonés, a lo que D. Álvaro contestó:

"No permita Dios que mis hombres hagan una alevosía semejante 
y perezca con ello el hijo de tan noble rey como fue Don Fernando de Aragón".

En aquel momento no pudo ser tomada la fortaleza de Alburquerque. No fue hasta 1445, en la primera batalla de Olmedo, cuando fueron vencidos los infantes de Aragón por el ejército del rey Juan II y D. Álvaro, lo que supuso la pérdida del control de Castilla por parte de los Infantes aragoneses. Como recompensa a D. Álvaro el rey le entregó la Villa de Alburquerque, el cual mandó construir la torre del homenaje para darle mayor altura. Pero D. Álvaro pronto caería en desdicha, y ésta sobrevino cuando Juan II casó en segundas nupcias con Isabel de Portugal (madre de Isabel la Católica). El 22 de abril de 1451 la reina dio a luz a una niña a la que puso por nombre Isabel. A partir de este momento la reina temerosa del enorme poder que tenía D. Álvaro, y conocedora de sus intrigas, abusos y asesinatos dispuestos por él, conspira desde la alcoba para que el rey lo detenga, el monarca temiendo perder los favores de su joven esposa ordena ejecutarlo.

El 1 de junio de 1453 por Mandato Real es detenido D. Álvaro y conducido desde Portillo a Valladolid quedando preso con fuerte guarnición en la casa de Alonso Estúñiga. A la mañana siguiente, el 2 de junio el ilustre sentenciado oyó misa y comulgó muy devotamente, tras ello, a petición suya lleváronle un plato de guindas y un vaso de vino. Llegada la hora, salió la comitiva fúnebre camino del lugar de la ejecución: la Plaza Mayor de Valladolid. Es conducido sobre una mula, junto a la comitiva, portando una capa negra sobre sus hombros. Cabalgaba por la calle de Francos y de la Costanilla hasta la plaza mientras los pregoneros vociferaban:

"Esta es la justicia que manda hacer el Rey Nuestro Señor a este cruel tirano e usurpador de la corona real, en pena de sus maldades e de servicios, mandándole degollar por ello".

En la plaza le espera el cadalso cubierto por un paño negro y sobre él un crucifijo con antorchas encendidas a los lados.

"En medio de la plaza de aquella villa [Valladolid] tenían levantado un cadalso y puesta en él una cruz con dos antorchas a los lados y debajo una alfombra. Como subió en el tablado, hizo reverencia a la cruz, y dados algunos pasos, entregó a un paje suyo, que allí estaba, el anillo de sellar y el sombrero... Vió un garfio de hierro clavado en un madero bien alto: preguntó al verdugo para qué le habían puesto allí, y a qué propósito. Respondió él que para poner allí su cabeza luego que se la cortase. ... desabrochando el vestido, sin muestra de temor abajó la cabeza para que se la cortasen, a 5 de Julio [1453]. Varón verdaderamente grande y por la misma variedad de la fortuna, maravilloso. Por espacio de treinta años poco más o menos, estuvo apoderado de tal manera de la casa real, que ninguna cosa grande ni pequeña se hacía sino por su voluntad ... / Acompañó a Don Álvaro por el camino y hasta el lugar en que le justiciaron, Alonso de Espina, fraile de San Francisco, aquel que compuso un libro llamado Portalitium fidei ... Quedó el cuerpo, cortada la cabeza, por espacio de tres días en el cadalso, con una bacía puesta allí junto para recoger limosna con que enterrasen un hombre que poco antes se podía igualar con los reyes: así se truecan las cosas".

Posteriormente algunos nobles y vecinos de Valladolid condujeron su cadáver inerte para enterrarlo en el convento de San Francisco, deseo expresado la noche anterior.

Más tarde, al cuidado casi reverente del que había sido su fiel servidor, Gonzalo Chacón, fueron trasladados a la ciudad de Toledo, donde recibieron tierra definitivamente en la suntuosa capilla de la catedral, llamada de Santiago, construida a sus expensas, donde yacía enterrado su hermano el arzobispo don Juan de Cerezuela, y reposarían después los restos de su mujer, doña Juana Pimentel, y otros miembros de su familia.

Serrano Belinchón, 2000, p. 221

Durante la ejecución de D. Álvaro, Juan II no quiso estar presente, se encontraba en Segovia, seguramente no se atrevía mirar a la cara a su fiel aliado. Cuenta la leyenda que la misma mañana de la ejecución se desencadenó en Segovia una fuerte tormenta eléctrica y que en uno de los relámpagos al rey le pareció ver el escenario de la Plaza Mayor de Valladolid con la cabeza cortada de su fiel servidor, posteriormente una voz que parecía surgir del mismísimo infierno le emplazó a encontrarse con él en un plazo no superior a un año. El rey horrorizado ante tal visión se desvaneció y fue hallado por sus servidores tumbado en el suelo de su alcoba. A partir de ese momento el monarca enfermó, quizá presa de remordimientos, y lloró desconsoladamente extrañando a su amigo. Finalmente, el 22 de julio en 1454 muere Juan II en la misma ciudad que vio morir a don Alvaro, Valladolid.

En 1658 el Consejo de Castilla le declaró inocente de los muchos crímenes, excesos, delitos, maleficios, tiranías y cohechos por lo que había sido condenado y ejecutado.

Cuenta la leyenda que la última palabra que exclamó D. Álvaro mientras se dirigía a la Plaza Mayor de Valladolid antes de ser decapitado fue “Alburquerque”, una muestra de los buenos años vividos en la villa.

La leyenda cuenta que el espíritu de Don Álvaro de Luna continua presente en el castillo, durante los días de primavera al caer la tarde si nos fijamos podemos observar como un águila blanca sobrevuela la fortaleza y se posa sobre las murallas. Una y otra vez repite los mismos movimientos, se eleva, surca el cielo y vuelve a posarse mirando hacia a la villa y sus baldíos para posteriormente volver a alzar el vuelo. Cuentan que el ave es la reencarnación de Don Álvaro que aún continúa velando y protegiendo la villa.

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