En el año 1809 España ardía en guerra (Guerra de la Independencia), y es que las tropas francesas se habían adueñado de la Península. El mariscal Jean de Dieu Soult, con fuertes contingentes, ocupaba Plasencia, la capital del Jerte se encontraba dominada, pero no rendida y todos los pueblos de alrededor estaban empobrecidos, los míseros hogareños apenas tenían un pedazo de pan para matar el hambre. Mientras tanto las bandas de guerrilleros luchaban contra las tropas invasoras por el territorio que les había sido arrebatado.
A tres leguas de Plasencia, situado sobre la falta de una sierra vivía miserablemente de la agricultura el pequeño pueblo de El Torno.
Una cálida mañana de agosto de 1809, un destacamento francés trepa por la sierra atravesando los Reales de San Polo en dirección a este pueblo, al mando se encuentra un sargento, van mochila a la espalda y fusil al hombro. Mientras tanto en el Torno repican las campanas llamando a misa, el sacerdote eleva sus preces rogando por la paz y el triunfo de una patria oprimida. Terminada la ceremonia religiosa y mientras los fieles salen de la iglesia el destacamento francés ya se encuentra en la puerta del templo.
El sargento francés dirigiéndose al alcalde con imperio y potestad le exige la entrega inmediata de seis arrobas de vinagre a cambio de no incendiar el pueblo. El alcalde le dice que es imposible pues todo cuanto tenían se lo habían entregado a las tropas españolas que, al mando de Costa, pasaron por allí.
Muy enojado el insolente sargento dio un culatazo con el fusil en el pecho de la primera autoridad, el pueblo congregado en la puerta de la iglesia rugió enfadado al contemplar la cobarde agresión. En ese preciso instante un hijo del alcalde arrojó una piedra contra el sargento que, al chocar con su boca le tiró de espaldas y dejo su cara bañada en sangre. Esa piedra fue el desencadenante para que el pueblo se echara sobre los soldados franceses al grito de "iA ellos!" "¡Mueran los franceses!", la superioridad en número de los torniegos hizo que los pocos soldados franceses que quedaron con vida tuviesen que huir, siendo apedreados durante un largo trecho. Aquella tarde el pueblo celebró su victoria con gran algarabía al son del tamboril. Pero conocidos estos incidentes por Soult y ardiendo en cólera, dio orden expresa de no dejar en la aldea piedra sobre piedra.
A pesar de las celebraciones el pueblo sabía que aquello no iba a quedar así y que el ejército francés volvería para vengarse por lo que un numeroso grupo de personas con el alcalde a la cabeza se reunió en el Ayuntamiento para estudiar las medidas a tomar. Unos pensaron en ir a Plasencia a dar explicaciones de lo sucedido y otros plantearon entregar los prisioneros moribundos. Muchas palabras, dudas y vacilaciones hasta que de entre un grupo de mujeres que se encontraba presente se destaca una hermosa muchacha de tez morena que, encarándose con todos, gritó arrogante:
-"Lo que proponéis es una cobardía. Los gabachos nos fusilarán y arrasarán el pueblo. Sabemos que hemos de morir, pero vale más que sea peleando que como borregos. ¿Es que queréis vernos deshonradas en sus brazos? ¡Fuera! ¡Fuera! Si tenéis miedo, quedaos atrás. Nos bastamos las mujeres para defendernos. ¡Vengan los fusiles! ¡Cobardes!"
-"¡Mueran los franceses! ¡Mueran los franceses!"
Parece que estas palabras despertaron la furia de los vecinos y decidieron que se iban a preparar para la defensa del pueblo, para dirigir la resistencia se eligió al padre de esta brava y arrogante joven, era El Tío Picote, un consumado estratega, hábil y experto cazador de alimañas, y dispuso lo siguiente:
Los más jóvenes, que eran más ágiles, se esconderían entre los matorrales para avisar de la llegada de los franceses.
Los que ya habían servido, con las escopetas y fusiles se ocultarían armados entre la maleza de los Canalones, lugar por donde tenían que pasar forzosamente los franceses.
Todos los demás que estuviesen en condiciones de combatir, tanto hombres como mujeres, se situarían frente a la viña del tío Pique, con las armas que tuviesen: hondas, hachas, hoces, palos...
El resto, los niños, ancianos y mujeres, partirían hacía la sierra, llevándose consigo todos los ajuares y víveres que pudieran.
Apenas aparecieron las primeras luces del día siguiente, uno de los vigías arrastrándose como un reptil, avisó al Tío Picote, de que los franceses estaban subiendo la cuesta, eran tantos que nublaban el camino. El Tío Picote no se inmutó, recorrió los puestos y ordenó silencio absoluto, que nadie se moviese ni disparase hasta que él no lo hiciera. Echándose a tierra, se ocultó entre las quebraduras de las peñas y esbozó una ligera sonrisa convencido de su triunfo. Todo el pueblo está en silencio, nada alteraba la paz y el sosiego de aquel amanecer. Confiados los franceses trepaban por la cuesta, fusil a la espalda, en animada charla y muy seguros de que los torniegos no habían de atreverse a resistirse ante tal aguerrido batallón. Antes de llegar al pueblo, frente al Cachón, los soldados franceses vieron las hermosas viñas y sus jugosos racimos y se detuvieron para saborear el dulce zumo de las vides.
De pronto se escuchó una detonación, el jefe de las fuerzas francesas cayó muerto de un certero balazo en la frente. Los soldados corrieron a coger sus armas, pero de cada matorral salía un disparo que tumbaba a un hombre. Los tiros sonaban por todas partes y el desconcierto reinaba entre los soldados, que no hallaban enemigos visibles. Ante tal panorama pronto el ejército inició una desbandada y en ese momento salió la retaguardia del Tío Picote, haciendo sobre el enemigo tal carnicería que muy contados fueron lo soldados que pudieron escapar monte abajo a contar al mariscal su derrota. Los prisioneros franceses fueron recogidos y cuidados por las mismas mujeres que tan bizarramente habían tomado parte en la acción.
Mientras tanto, Soult, en Plasencia, rugía de coraje deseando vengarse de los osados torniegos. Los vencedores del Torno negociaron la entrega de prisioneros poniendo como condición que habían de ser entregados al Corregidor de Plasencia y no al mariscal francés, y que éste habría de dar por olvidado lo sucedido. Para asombro de todos, transigió Soult y el Tío Picote marchó con los prisioneros a Plasencia acompañado por un grupo de hombres sin más armas que un hacha colgada del brazo. En el Ayuntamiento hizo entrega de ellos al Corregidor, los placentinos conocedores de la historia agasajaron espléndidamente al Tío Picote y a sus hombres, que volvieron a su aldea como conquistadores.
Como era de esperar, Soult, faltando a su palabra, mandó dos días después una división al Torno para vengar la afrenta. Avisados los torniegos como la vez anterior, se ocultaron en la sierra dejando el pueblo abandonado. Al atardecer del 24 de agosto de 1809 llegó la división francesa al Torno y recogiendo el lino que los vecinos tenían puesto a secar lo prendieron fuego incendiando así la aldea por varios puntos a la vez.
Las llamas devoradoras produjeron una espesa humareda que inundó el ambiente, los torniegos que desde sus escondites en el monte observaron el incendio, aprovecharon el humo para sorprender a los franceses arrojarse sobre ellos y tomando así sangrienta venganza de los incendiarios.
Posteriormente, El Tío Picote reunió un pequeño grupo de valientes, entre los que se encontraba su hija, y formó una terrible partida de guerrilleros que estuvo siempre al acecho de los franceses en el valle y no cejaron en su empeño hasta que abandonaron las murallas de Plasencia.
El Tío Picote y el coronel Francisco Fernández Golfín entre otros muchos hicieron del Valle del Jerte una tumba para las tropas francesas, su ejército quemó pueblos como El Torno, Jerte, Vadillo o Tornavacas pero estos hombres quisieron poner precio a sus vidas. Con el paso del tiempo y terminada la guerra, las autoridades no supieron agradecerlo y no se tuvo en cuenta para nada el heroísmo y la muerte colectiva de muchos pueblos. En los archivos del Torno aún se conservan algunos de los datos del incendio del pueblo por los franceses. El Tío Picote ha sido y será un héroe, anónimo, pero héroe y su hija una brava heroína que exaltó la epopeya de la Independencia Nacional.
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