El Jáncanu es un gigantesco cíclope, de aspecto horrible, antropófago y de malas intenciones, con un único ojo en el centro de su frente que le dota de una vista prodigiosa y panorámica de varias leguas a la redonda desde la altura que le proporciona su estatura.
Vive en cuevas de los montes hurdanos junto a, la que se supone, su mujer la Jáncara dedicándose a pastorear cabras y ovejas. Posee un cuerpo muy peludo y suele vestir con las pieles de sus víctimas, tanto animales como personas.
Esta leyenda es la versión hurdana del mito del cíclope presente en muchas culturas indoeuropeas y peninsulares, reproduciendo con ligeras variantes la aventura de Ulises y Polifemo en la Odisea de Homero, protagonizada por un pastor que logra huir del monstruo cegándole su único ojo y haciéndole despeñarse tras salir de la cueva donde estaba prisionero, oculto bajo una piel de cabra.
Otro ser similar es el Pelujáncanu que se diferencia del Jáncanu únicamente en su cabeza calva con un solo pelo, en el que reside su descomunal fuerza.
Narración sobre el Jáncanu reelaborada a partir del libro “Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura” de Fernando Flores del Manzano:
Un día, un pastor de la zona perdió su rebaño en el monte. Como se le hacía de noche y sus cabras no aparecían, emprendió su búsqueda. Escuchó los balidos de sus cabras y fue tras ellas. Resulta que sus cabras se habían mezclado con las del Jáncanu, quien se las llevaba a su cueva. El pastor consiguió agarrarse a los pelos de la barriga de un macho cabrío y entrar en la cueva. Dentro de la cueva, el Jáncanu, mientras encendía una antorcha, repitió varias veces:
– ¡Huele a carne humana!
El Jáncanu consiguió atrapar al pastor y decidió que se lo iba a comer. Mientras encendía una hoguera, le dijo:
– Te voy a asar, pero antes quiero saber cómo te llamas.
El pastor que era muy listo, le dijo:
– Me llamo Nadie.
– Muy bien, Nadie. Me voy a beber un pellejo de vino antes de asarte.
El Jáncanu se bebió tres pellejos de vino. Con la borrachera se echó a dormir, lo que aprovechó el pastor para coger un leño ardiendo y se lo metió por el único ojo que tenía el Jáncanu, quien comenzó a lanzar unos terribles gritos de dolor. Más adentro de la cueva se encontraba su madre, la Jáncana, que aún era más mala. Ante los alaridos de su hijo, preguntó:
– ¿Quién anda por ahí?
El Jáncanu le contestó:
– ¡Nadie, Nadie!
– Pues si no anda nadie, ¿por qué gritas tanto?
Ante tanto griterío, las cabras se espantaron dentro de la cueva y la Jáncana nuevamente preguntó:
– ¿Quién ha espantado el ganado?
El Jáncanu le volvió a contestar:
– ¡Nadie, Nadie!
A lo que su madre le respondió:
– Si nadie te espanta el ganado, ¿a qué viene tanto jaleo?
Se colocó el Jáncanu a la puerta de la cueva y empezó a sacar el ganado, para evitar que se hiciera daño. Al no ver nada, tocaba una por una las cabras que iban saliendo. Como era muy listo, el pastor mató rápidamente una cabra, le quitó la piel y se cubrió con ella. Cuando le tocó salir, el Jáncanu tocó con sus manos la piel de cabra que cubría al pastor y lo dejó salir, creyendo que era una de las cabras. El pastor salió corriendo, mientras se burlaba del Jáncanu. Éste enfurecido lo persiguió por unos riscos. El pastor consiguió atravesar de un salto un gran desnivel, pero el Jáncanu, al no ver nada, cayó hacia el fondo del precipicio, pero no se mató.”
1 Comentarios
Qué curioso, muy parecido al Ojáncano cántabro http://es.mitologiaiberica.wikia.com/wiki/Ojáncano Otra prueba más de las buenas relaciones entre los pueblos prerromanos