Cuenta la leyenda que hace ya muchos años vivía en Orellana la Vieja una hermosa moza que debería rondar la veintena, a pesar de su origen humilde había sido educada en las mejores y más cristianas costumbres. La muchacha se encontraba enamorada de un joven pastor del pueblo al que solamente veía por las noches en la puerta de su casa, allí, como otras jóvenes de su edad, fantaseaba con casarse con él y formar una familia. Sin embargo, también tenía otro pretendiente, un mozo que, aunque de buena familia era engreído, caprichoso y altanero, en varias ocasiones había desoído y rechazado sus deshonestas proposiciones. El joven al verse despreciado una y otra vez decidió vengarse y tramó un plan colmado de mentiras y calumnias, esas serian sus armas.
Cierto domingo después de misa, congregados en la puerta de la iglesia los mozos esperan ver salir a las muchachas del templo, sobre nuestra joven todos los comentarios eran piropos y admiración resaltando sus bellas cualidades. Contemplando la escena desde lo lejos está nuestro bravucón joven, el cual levantando la voz exclamó con desprecio “no tan buena y honrada como parece, si no que me lo pregunten a mí las dos noches que me acosté con ella en la Huerta del Lugar”. Estas palabras hicieron que los presentes se quedaran atónitos y la joven, con lágrimas en los ojos, huyó despavorida hacia su casa. Los rumores se extendieron como la pólvora por Orellana a pesar de que ella juraba y perjuraba que aquello era falso.
Pronto se encontró sumida en una profunda depresión, pues le parecía imposible poder limpiar su honra, en todo momento estuvo acompañada de su joven novio y de sus familiares. A los tres días le entraron unas fuertes fiebres de las que no pudo recuperarse y falleció a los tres meses. Moribunda en la cama dejó constancia que quería ser enterrada cerca del Castillo, donde su novio pastoreaba el ganado.
No habían pasado ni tres semanas del fallecimiento de la muchacha, cuando el joven causante de tal desgracia comienza a sentirse perseguido y amenazado. Por las noches una silenciosa y aterradora sombra le persigue y no se separa de él a cada paso que da. Sus amigos enterados del suceso le rehúyen no queriendo estar junto a él al caer la noche. Tras unos días, muerto de miedo decide ir a confesarse, el sacerdote, asombrado por lo que estaba escuchando, le puso de penitencia velar tres noches consecutivas dentro de la iglesia, desde el anochecer hasta el amanecer, entre el toque de ánimas y el toque del alba.
La primera noche, entro en la iglesia sobrecogido, la tenue luz de la lampara de aceite del Sagrario, la altura de la iglesia y aquel sepulcral silencio le causaban pánico. Se sentó en uno de los bancos más cercanos al altar y comenzó a rezar, al cabo de la medianoche unos sobrecogedores ruidos le helaron la sangre, unas voces lejanas acompañadas de lo que parecía el estallido de un cañonazo le hicieron levantarse del banco. En ese justo momento una de las baldosas del piso saltó por los aires y del hueco negro y profundo salió una inquietante mano negra con uñas metálicas que intentaba atraparle, preso de terror corrió a ocultarse detrás de la Virgen de los Dolores y en ese mismo instante la mano se ocultó y la baldosa volvió a su lugar.
La segunda noche, fue con más miedo aún, casi no había podido pegar ojo, no dejaba de pensar en lo ocurrido la noche anterior. Se encontraba de nuevo rezando sentado en los primeros bancos de la iglesia, pero no dejaba de mirar por el rabillo del ojo a la baldosa que la noche anterior había saltado y por donde apareció aquella aterradora garra. De nuevo a medianoche se volvieron a escuchar los mismos ruidos que hicieron que se pusiera en pie de un salto, una vez más una mano negra que salía de la misma baldosa intentaba atraparle por lo que corrió a refugiarse detrás del Sagrado Corazón de Jesús, volviendo a desaparecer la garra y la baldosa volver a colocarse.
La tercera noche, estaba que no se tenía en pie, muerto de sueño a la vez que airado por las terribles visiones que estaba presenciando volvió a la iglesia, comenzó a rezar y a mirar la baldosa que noches atrás había protagonizado el percance, pero su cuerpo no podía más y poco a poco se fue durmiendo. A la media noche, al igual que las noches anteriores un fuerte golpe de baldose presagiaba lo peor, de nuevo una mano hacia un nuevo intento de atraparlo, pero en esta ocasión el joven estaba adormilado y no tuvo tiempo nada más que de subir por una pequeña escalera que daba acceso a un gran hueco detrás del altar mayor. La mano se abalanzó sobre él clavándole sus uñas metálicas en la garganta.
A la mañana siguiente al toque del alba, cuando los primeros devotos acudían al templo se encontraron con la escena: las paredes de la iglesia se encontraban ensangrentadas, el cadáver del joven tirado en el suelo, su cara estaba cubierta de sangre y espantosamente desfigurada, los ojos se encontraban fuera de sus orbitas y la lengua la tenía por fuera, negra como el carbón parecía que se la hubiesen intentando arrancar.
Tras este suceso, cuentan los vecinos de Orellana que en los días que sopla el aire solano, cerca del castillo, se escuchan unos discordantes ruidos, se asocian a los de una persona que llora entre sollozos, cuentan que es el espíritu de la joven a la que un desalmado mancilló su honra.
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